El pozo
– Luis Mateo Díez
Mi hermano
Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias
familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia
numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo
al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña
botella con un papel en el interior. “Este es un mundo como otro cualquiera”,
decía el mensaje.
En terapia (Estefanía Brandán)
No quería ir ese
día, se levantó deprimido y sin ganas de mirarse siquiera en el espejo. Preparó
el cereal que estaba apoyado sobre una fila de periódicos viejos y sacó la
leche de la heladera ya casi vacía. La noche anterior, antes de tomarse la
última pastilla, se consoló con las palabras que yo le había dicho el lunes: -”Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo
y la circunstancia de la familia numerosa”.
Se vistió con la
misma ropa de ayer y salió preocupado por el tiempo, pero deteniéndose en cada
librería, buscándose a sí mismo y mirando también a cada transeúnte que entraba
a ellas. Prefirió abrocharse el sobretodo y no hacer contacto visual con nadie.
-Llegaste
temprano hoy, -¿estás bien?- No me contestó. –Sentate, Eloy, por favor. ¿Cómo
estuviste estos días? - Mi hermano Alberto cayó al
pozo cuando tenía cinco años, me dijo. –Sí, lo sé Eloy.
Estamos trabajando y avanzando mucho sobre eso. (En mi mente yo pensaba en la
repetición de sus palabras, en su mirada perdida y en algún recuerdo infantil
traumatizante y también, por qué no, si mis títulos servirían de algo para
calmar tanto dolor.) –Me parece que hay algo más detrás de eso, ¿no?; creo que
algo te inquieta, te preocupa y hasta te genera culpa; ¿me equivoco? –No, no se
equivoca doctora. Perdón, Alicia, me dijiste que no te tratara de usted después
de tanto tiempo. El asunto es que… no puedo terminar el libro, hay algo que
hace que las palabras me lastimen todas ellas y yo no pueda usarlas; abusarlas,
violarlas y estoy con odio, con bronca, pero no me genera ira hacia otros, me
deprime demasiado, me hace sentir el peor escritor del mundo y ya no sé qué
hacer. No tengo una crisis con mi carrera o mi pasión, si es que se le puede
llamar así: estoy mal con la ficción y la verdad. -¿A qué te referís cuando
decís ficción y verdad? ¿Se mezclaron los términos, los conceptos
literarios? Mi último escrito… ni yo lo
entiendo. –Eloy casi nunca respondía mis preguntas, las esquivaba, o las
llevaba para el lado que le convenía. Ése era su problema con la verdad. -¿Por
qué acepté este contrato con esta editorial? – me habló con lágrimas que ya desaparecían del rostro. -¿Sabés, Alicia? En mi vida
nunca volví a ese pozo, a esa casa, a ese lugar de mierda; en la ficción
soy yo quién vuelve a usarlo. Las líneas
dicen lo siguiente -Eloy sacó un papel todo tachado y arrugado- “Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel
pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una
pequeña botella con un papel en el interior”- Lo
terminó de leer y lo rompió en mil pedazos. Hablamos mucho, soy de esas que
creen en la libre asociación de ideas, en la sanación por la palabra. Pero,
Eloy es difícil. No sé si quiere sanarse, o por lo menos mirar a menudo y
sonreír, aunque sus días no sean los más felices. –Es este mundo Alicia, es
esta verdad, no es ficción, ni siquiera verosimilitud. Es la puta realidad. Es
este mundo del escritor ¿sabés? Yo miento, yo engaño, yo digo la verdad y me
contradigo. Yo no sé vivir conmigo mismo. Vos tenés suerte de ser psicóloga o
psiquiatra, no sé, y no tener esos conflictos. Tu mundo es más fácil; te
analizás enseguida. Sabés si sos psicópata, neurótica, histérica. Sabés lo que
está bien y lo que está mal. El mundo
tuyo… Alicia, tu mundo… -Yo opté por, después de algunas palabras, dar por
terminada la sesión y volverlo a ver en dos días. Me sentía indignada, estaba
pensando incluso en transferirlo.
A la tarde, busqué entre mis contactos de celular a THOMAS ELOY
MARTÍNEZ, quise escribirle tantas cosas. Al final, dos horas después sentencié:
““Este es un mundo como otro cualquiera”, decía el mensaje.
Y sí, es un mundo como cualquiera. Vivimos en la eterna
lucha de quiénes somos, qué hacemos y cómo.
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