domingo, 12 de mayo de 2013

MICRORRELATO "EL POZO"


El pozo – Luis Mateo Díez
            Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. “Este es un mundo como otro cualquiera”, decía el mensaje.

En terapia (Estefanía Brandán)
            No quería ir ese día, se levantó deprimido y sin ganas de mirarse siquiera en el espejo. Preparó el cereal que estaba apoyado sobre una fila de periódicos viejos y sacó la leche de la heladera ya casi vacía. La noche anterior, antes de tomarse la última pastilla, se consoló con las palabras que yo le había dicho el lunes: -”Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa”.
            Se vistió con la misma ropa de ayer y salió preocupado por el tiempo, pero deteniéndose en cada librería, buscándose a sí mismo  y  mirando también a cada transeúnte que entraba a ellas. Prefirió abrocharse el sobretodo y no hacer contacto visual con nadie.
            -Llegaste temprano hoy, -¿estás bien?- No me contestó. –Sentate, Eloy, por favor. ¿Cómo estuviste estos días? - Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años, me dijo. –Sí, lo sé Eloy. Estamos trabajando y avanzando mucho sobre eso. (En mi mente yo pensaba en la repetición de sus palabras, en su mirada perdida y en algún recuerdo infantil traumatizante y también, por qué no, si mis títulos servirían de algo para calmar tanto dolor.) –Me parece que hay algo más detrás de eso, ¿no?; creo que algo te inquieta, te preocupa y hasta te genera culpa; ¿me equivoco? –No, no se equivoca doctora. Perdón, Alicia, me dijiste que no te tratara de usted después de tanto tiempo. El asunto es que… no puedo terminar el libro, hay algo que hace que las palabras me lastimen todas ellas y yo no pueda usarlas; abusarlas, violarlas y estoy con odio, con bronca, pero no me genera ira hacia otros, me deprime demasiado, me hace sentir el peor escritor del mundo y ya no sé qué hacer. No tengo una crisis con mi carrera o mi pasión, si es que se le puede llamar así: estoy mal con la ficción y la verdad. -¿A qué te referís cuando decís ficción y verdad? ¿Se mezclaron los términos, los conceptos literarios?  Mi último escrito… ni yo lo entiendo. –Eloy casi nunca respondía mis preguntas, las esquivaba, o las llevaba para el lado que le convenía. Ése era su problema con la verdad. -¿Por qué acepté este contrato con esta editorial? – me  habló con lágrimas que ya desaparecían del  rostro. -¿Sabés, Alicia?  En mi vida  nunca volví a ese pozo, a esa casa, a ese lugar de mierda; en la ficción soy  yo quién vuelve a usarlo. Las líneas dicen lo siguiente -Eloy sacó un papel todo tachado y arrugado- “Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior”- Lo terminó de leer y lo rompió en mil pedazos. Hablamos mucho, soy de esas que creen en la libre asociación de ideas, en la sanación por la palabra. Pero, Eloy es difícil. No sé si quiere sanarse, o por lo menos mirar a menudo y sonreír, aunque sus días no sean los más felices. –Es este mundo Alicia, es esta verdad, no es ficción, ni siquiera verosimilitud. Es la puta realidad. Es este mundo del escritor ¿sabés? Yo miento, yo engaño, yo digo la verdad y me contradigo. Yo no sé vivir conmigo mismo. Vos tenés suerte de ser psicóloga o psiquiatra, no sé, y no tener esos conflictos. Tu mundo es más fácil; te analizás enseguida. Sabés si sos psicópata, neurótica, histérica. Sabés lo que está bien y lo que está mal.  El mundo tuyo… Alicia, tu mundo… -Yo opté por, después de algunas palabras, dar por terminada la sesión y volverlo a ver en dos días. Me sentía indignada, estaba pensando incluso en transferirlo.
A la tarde, busqué entre mis contactos de celular a THOMAS ELOY MARTÍNEZ, quise escribirle tantas cosas. Al final, dos horas después sentencié: ““Este es un mundo como otro cualquiera”, decía el mensaje. Y sí, es un mundo como cualquiera. Vivimos en la eterna lucha de quiénes somos, qué hacemos y cómo. 

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